Año 2000


Una tarde de dorados rayos luminosos, en la que me encontraba, como habitualmente lo hacía, en uno de los grandes talleres en los que trabajo; porque ahí trabajamos y aunque diferente a lo que comúnmente se conoce, tenemos actividades encaminadas a la ayuda de las almas que serán enviadas a la tierra. Algunos pulen los sentimientos como el amor, afecto, ternura, piedad, lástima, conmiseración, otros templan el alma para soportar el dolor, la tristeza, la angustia y todas aquellas sensaciones que a lo largo de la vida nos acompañan en tiempos difíciles, otros más, como yo, cosemos, hilvanamos y pegamos, ilusiones, anhelos, esperanzas y sueños, y por último, otros se dedican a cuidar perpetuamente de esas almas y les llaman ángeles. 

Pero hacía tiempo tenía una inquietud, por lo que presurosa me dirigí para hacer una importante petición, al llegar empecé con melodiosa voz la siguiente súplica: -Señor, hace tiempo que me llamaste a tu lado, y algunas veces añoro ver a mis hijos, dame tu gracia para visitarlos y saber como están después de tanto tiempo, vehemente suplique-.

Él, en su infinita sabiduría, con toda la ternura, paz y generosidad contestó -puedes ir, no debes hacerte presente, observa y finalmente disfruta tu visita-. 

Asentí, presurosa, veloz y con alegría infinita arreglé mis blancas alas y pulí la dorada aureola que hoy me adorna, alise lo mejor que pude la alba túnica con que visto y me dispuse a partir de inmediato.

Cuando vislumbré el infinito lucía hermoso, inmenso y majestuoso, dirigí la mirada a la tierra, aquel globo azul grande y maravilloso, del que fui parte sesenta y tres años de mi vida.

Grande fue mi sorpresa al encontrar todo tan cambiado. ¡Las calles anchas, muchos vehículos, casi todo automatizado, la gente presurosa, corriendo, gritando, empujando, agitada, sin aliento, con prisa de llegar¡, ¿a dónde? Ni ellos mismo lo saben, pero corren y se desesperan porque no llegan a su destino que se llama ninguna parte.

Yo en cambio, tranquila, imperturbable, serena, en un abrir y cerrar de ojos me vi en el que había sido mi hogar, aquellas hermosas escaleras de caracol, cocina, sala, comedor, así como la que había sido mi alcoba. Todo absolutamente frío, desnudo, moderno mas no acogedor, no existe calor de hogar, los colores de las paredes son de un gris claro que hace gris la existencia de los que en hoy en día acuden ahí por horas, ya que se ha convertido en una oficina y las mismas personas sin sentido no advierten lo bello que dejé impregnado en las paredes, en los barandales y los ventanales... en fin, gente extraña totalmente. 

Me marché algo triste, y reflexioné en cuestión de segundos que, cuando estuve de paso en este mundo, esa casa constituyó mi vida, mi razón de ser y de vivir, ahí aprendí a afrontar mi prematura viudez, formé a mis hijos, vi desmedidamente por mi madre, forjé mis fantasías, quimeras y deseos, y más aún también me preparé arduamente para transformarme y salí a evolucionar. 

Según el itinerario planeado debía visitar a mis hijos, Doris, Peyton y Alex, en el mismo orden, me preparé entonces para el gran encuentro.

Efectivamente, no tarde en posicionarme en lo que constituye la casa de Doris, quien siempre fue mi gran preocupación, algo me decía que ella siempre me necesitó mas, siempre ha sido emotiva, tierna y delicada, cuando llegué todo estaba en silencio, poco a poco tomé confianza y asomé por la primera puerta que encontré subiendo las escaleras, lo que menos esperaba encontrar ahí fue una grata sorpresa, vi fotos de mi madre, hijos, y supongo nietos y bisnietos, también están mis muñecas y algunos de los trabajos manuales que se me daban por las clases que tomé cuando habitaba en esa parte del universo; todos ellos tan viejos que al paso del tiempo ya no los recordaba, parece un pequeño rincón como el que acostumbraba tener en casa, por lo demás puedo decir que está igual, algunos cambios no muy significativos en cuanto a distribución, porque intuyo que la familia ha crecido tanto en tamaño como en número, pero aun así conserva la vieja máquina de coser y la media taza la cual tenía previamente programada con positivos pensamientos y con la que me hago presente queriendo jugarles una broma cuando abren las puertas de la cocina.

Pero volviendo al tema de mis hijos, al respecto puedo comentar que Peyton es titubeante e indeciso, tarda en tomar sus decisiones; y Alex es intrépida e impulsiva, ambos fueron más independientes, me necesitaron menos. ¡Bueno, eso es lo que yo creía!, pero... 

Mejor prosigamos con este inesperado y ansiado viaje.

Así pues llegué con Doris, me sorprendí placenteramente de ver que, como supuse por las fotos, la familia ha crecido, ahora tiene tres nietos, Marquito un jovencito con incipiente bigote, gran inteligencia, dedicado a estudiar un invento del cual no me tocó conocer de fondo, de lo contrario estaría yo muy al día y al tanto de esa moderna maravilla, y aunque allá arriba no la necesitamos porque nuestros chips, circuitos integrados y redes como aquí las llaman son angelicales, si viviera hubiera diseñado una página web celestial, ¡y que de información hubiera publicado!, también estaba Dánica a quien únicamente recordaba como un bebé, ya casi es una señorita, aun conserva esa muy hermosa sonrisa, es cándida e indefensa todavía, y aún cuando no termina de crecer ya adopta las obligaciones de una persona adulta al cuidar a Diego su hermano menor, tierno muchachito de cuatro años, al cual pude apreciar cuando fue enviado a ser parte de esta familia. 
Claudia punto y aparte, aquella carita de niña ya no existe, las obligaciones le han crecido y ha empezado a luchar, sí, luchando por tratar de ser mejor, creo que mucho aprendió de lo que hablé con ella, pero aun le falta camino por recorrer, todavía no termina de madurar y hoy como ayer sigue siendo la gran preocupación de Doris, aunque estoy convencida de que un día no muy lejano será el apoyo que tanta falta le hace a mi desamparada hija.

Pero ¡vamos!, me dije esta visita debe ser un gran consuelo, así que como era domingo, poco rato después de encontrarme allá, llegó Peyton acompañado de Gelis y Marthita, ¡Cómo me maravilló ver que el tiempo pasa tan rápido aquí en la tierra!, ambas unas señoritas, y muy a mis adentros pensé -¡pero no hace mucho tiempo deje de verlas!- y eran unas niñas; llegaron armando tremendo alboroto, una se interesaba en la moda y los peinados, en cómo se vería mejor, si el pelo recogido en un moño o con muchas trenzas, que si el pantalón era excesivamente ajustado, o si la playera no combinaba con el resto del atuendo, y observé, ¡se parece a mi Alex! Creo que nadie se ha dado cuenta de ese parecido. La otra ofrecía café a diestra y siniestra, hablando, no, mejor dicho, gritando! a voz en cuello y con grandes risas contestando a todo mundo al mismo tiempo, por otro lado Marquito le gritaba que subiera corriendo, que tenía algo fabuloso y sorprendente que enseñarle, pronto empezó a organizarse un gran alboroto, entre la sala y el comedor, todos reían, gritaban, algunos comían, otros jugaban, algunos más corrían y pateaban una pelota, también la televisión a todo volumen, por allá música de alguien desconocido, y por cierto sumamente escandaloso para mis ya serenos oídos, ya casi todos estaban reunidos, como siempre intenté que estuvieran cada domingo que se reunían en casa.

Peyton, maduro y con canas, lo vi realmente elegante, un hombre hecho y derecho, afrontando sus responsabilidades, con honor, con valentía, pero al mismo tiempo siempre buscando la verdad, aquella que sólo podrá conocer el día que sea llamado... y no antes. 

Aun así es conveniente que se prepare y que estudie, sí, que estudie con ahínco, porque él mismo se da cuenta de que nunca terminamos de aprender; se sentó en la mesa del comedor, y con amena voz empezó a dirigir la conversación entre todos, rápidamente se organizaron y se sentaron a su alrededor para escuchar atentamente lo que él platicaba, exactamente como nosotros hacíamos en torno a mi hermano Luis, así pues la conversación se dirigió a los sucesos de la semana. Platicaba entre acongojado y divertido que, por querer ahorrarse dos pesos un carro casi lo atropellaba y la risa brotó incontenible, así como las bromas que le hicieron en torno a su descuido... seguía hablando.

Pero pronto me di cuenta de que faltaba uno de mis hijos, la aguerrida Alex, sabía desde el fondo del alma que siempre tendría que ser valiente, desde que nació rápidamente afrontó problemas que siempre tendría que sortear; primero aquella prematura intervención quirúrgica, por el problema congénito que presentó al nacer, y posteriormente todas las demás que tuvieron que practicarle para de una o de otra forma salvarle la vida en repetidas ocasiones, eso fue parte fundamental en templar su carácter, el no dejarse vencer por la adversidad.

Así pues, estaba yo absorta en observarlos a todos cuando nuevamente tocaron a la puerta, en tropel entraron dos chiquillos corriendo, empujándose y peleando, nunca imaginé que la familia crecería de esta forma, esos guapos mozos -me dije- son tus únicos nietos varones, y qué gallardos son. 

Me sorprendió ver a Alex y a Miguel juntos, siempre creí que no durarían muchos años casados, veo que también tuve mis errores de cálculo y que los lazos que los unen son más fuertes que los problemas que constantemente afrontan, una por su carácter, el otro por su comportamiento, también entró detrás de ellos Cynthia y de la mano traía prendida una muñequita de carne y hueso, bella y radiante como el sol que alumbra diariamente, esa angelita que corriendo y muy correcta daba besos y a media lengua saludaba a todos.

Ahora sí, podía decir que la familia estaba reunida, todos se sentaron nuevamente alrededor de la mesa del comedor y empecé a escuchar que hacían remembranzas de cuando eran pequeños, de lo mucho que me quieren y que no me olvidan, así como que les hago falta, y aunque yo desesperada quería gritarles que estaba contenta de verlos reunidos, sabía que no podrían oírme, me dediqué a contemplarlos absorta, sin sentir el paso del tiempo. 

En la mesa se discutieron temas políticos, religiosos, económicos y también propuestas para poder llevarse mejor unos y otros, los más jóvenes exigían su derecho a la libertad y a ser respetados y los mayores los exhortaban a que esa libertad y derechos que peleaban se lo ganaran paso a paso, que estudiaran, fueran buenos hijos y respetaran a sus mayores para que así pudieran hacer la transición de niños adolescentes a adultos jóvenes, esta escena me recordó las muchas que Doris, Peyton y Alex tuvieron conmigo, cuando padecieron esa enfermedad llamada juventud, tuve la alegría de escucharlos y de saber que habían aprendido bien las muchas lecciones que da la vida, y que inútilmente trataban de aconsejar a los otros, como yo hice con ellos, ya que al llegar la juventud los oídos se vuelven sordos, los ojos se vuelven ciegos y las manos se vuelven incapaces de prodigar una caricia.

Al pasar las horas, después de plática amena y comida abundante, empezaron a retirarse, La primera en hacerlo fue Alex con su familia, como siempre decía que se le hacía tarde porque vivía muy lejos y que el autobús hacía mucho tiempo de camino, por lo que pronto empezó a despedirse de sus hermanos y sobrinos.

Los pequeños también se despidieron y aunque renuentes, también enfilaron a la puerta de salida.

Poco después caminaba presurosa con su familia llegando a la parada del camión que los llevaría a su casa, con interés los acompañé unos instantes, comentaban lo agradable del día, las cosas chuscas que habían platicado y no tardó en llegar la melancolía. Comentaban que si yo perteneciera a este mundo estaría loca de contenta con su pequeña nieta, ¡y cuanta razón tiene!, Le hubiera tejido cientos de suéteres, confeccionado infinidad de vestidos, inventado mil peinados, acurrucado, abrazado y besado todas las noches en mi regazo para que durmiera siempre con dulces sueños, y no sé cuantas cosas más hubiera hecho.

Efectivamente, así como cada uno de mis hijos tiene un motivo propio, único e intransferible para ser amado por mi, todos y cada uno de mis nietos y bisnietos lo tienen también ya que son parte de mi carne y sangre de mi sangre, son la continuación de mi obra.

Peyton y las niñas también no tardaron en despedirse, subieron a su carro, y al arrancar el motor, empezaron a comentar lo bien que la habían pasado, incluso Peyton les contó algunas otras anécdotas que estando todos reunidos había pasado por alto, no por ser menos importantes, sino porque son tantas que la memoria a veces falla, y así se retiraron charlando.

Quedó Doris con su familia, empezaron a levantar el tiradero que se había ocasionado con la visita de ese día, y no tardó en llegar la paz y la calma a esa casa que se ha convertido en una digna sucesora de lo que fue aquella casa de "Maestros", donde tienen cabida todos aquellos que la necesitan, pues cuando Claudia, Cynthia o Gelis, han necesitado apoyo, Doris les ha brindado techo, comida y una mano amiga, también en su momento a Alex y Peyton.

Concluyó mi breve visita, y sin lugar a dudas me quedé con un agradable sabor de alma al verlos juntos, reunidos platicando, y como quisiera en algún momento del tiempo decirles que estoy tranquila, que mi labor en lo que toca a la formación de los troncos que son respecto de la familia que cada uno ha formado fue excelente, sembré en ellos las semillas del amor, respeto, honestidad, valor, ansias de triunfo, visión y organización para el trabajo y muchas otras más que a lo largo de sus vidas irán descubriendo, las cuales no imaginan y que tienen latentes en sus corazones y que no me es dado revelarles.

Con todo, hoy cosechan algunos de los muchos frutos que ha lo largo del camino tendrán que ir recogiendo, algunas veces lo harán caminando, otras corriendo, alguna más dentro de la carreta cómodamente sentados y las menos fuera de la carreta empujando, y otras exhaustos, pero siempre irán cosechando a lo largo y ancho del camino.

Más, a su vez, tienen que sembrar para que la generación siguiente tenga frutos que cosechar.

Por último, quiero referirme a la nostalgia. Pude observar que se sienten solos, preocupados y hasta olvidados por mi, piensan que al transformarme dejé de ser. ¡Que pensamientos tan absurdos y falsos!, 

Pero ellos no lo saben, si pudiera dirigirme a cada uno de ellos les diría que en mi actual hogar no existe pobreza, tristeza, angustia, desamor, rencor, odio o sentimiento negativo alguno, si a lo físico podemos referirnos, tampoco tengo frio, sed, hambre o dolor; ahora gozo de verdes praderas, luminosas tardes, primavera eterna, majestuosos mares, infinitos cielos azules, bellas noches estrelladas, y esa inmensa y cálida luz, ese amor infinito, esa eterna sensación de compañía que se llama... Dios; y por último quisiera decirles que no se angustien que algún día, en algún lugar y tal vez en algún momento que el tiempo infinito decida ¡volveremos a vernos!.

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